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SAN FRANCISCO JAVIER

San Francisco Javier

 En la vigilia del segundo domingo de Adviento, este sábado, 3 de diciembre, celebramos a san Francisco Javier.

Se podría escribir mucho sobre su vida y sus hechos. Él fue el gran apóstol de los tiempos modernos, como san Pablo lo fue de los antiguos. Nació en el castillo de Xavier, en Navarra. Fue el sexto de los hermanos. Su nombre de nacimiento era Francisco de Jasso y Azpilicueta, y nació el 7 de abril del año 1506. Mientras estudiaba filosofía y teología en París conoció a san Ignacio de Loyola. Hizo los Ejercicios Espirituales, después que Ignacio le dijera: "¿De qué le sirve al hombre ganar todo el mundo si pierde su alma?". Él, que era un joven tan alegre y amigo de fiestas y pasarlo bien, puso todo su entusiasmo para dar a conocer a Cristo. Junto con san Ignacio y otros compañeros fue de los primeros jesuitas. 

En 1541 fue enviado a la India como legado pontificio, con la misión de evangelizar las tierras situadas al este del cabo de Buena Esperanza, respondiendo a una petición de Juan III de Portugal. Instalado en 1542 en Goa, capital de la India portuguesa, desplegó una gran actividad cuidando enfermos, visitando presos, predicando el cristianismo, convirtiendo nativos, negociando con las autoridades locales y defendiendo la justicia frente a los abusos de los colonos.

Su apostolado se extendió por el sur de la India, Ceilán, Malaca, las islas Molucas y Japón. Cuando se disponía a entrar en China para continuar su labor, murió de pulmonía a las puertas del gran país, en la isla de Shangchuan. Tenía 46 años. Era la madrugada del 3 de diciembre de 1552. Dicen que, en aquel mismo momento, el Cristo del castillo de Javier, al que de niño siempre rezaba Francisco, lloró. Su cuerpo está incorrupto en Goa.

José Mª Pemán, en EL DIVINO IMPACIENTE glosa la figura gigantesca de este gran apóstol inflamado de amor a Dios y a los hermanos. Así lo describe:

"Siento en mi pecho bullir, ansias de amar con fervor, que quién no rebosa amor, no sabe lo que es vivir. Abrir a todos mis brazos y consolar sus pesares, y entre rimas y cantares, darles mi vida a pedazos"

Así fue la vida de san Francisco Javier, un fuego ardiente que se derramaba inflamado de amor. Sus brazos se cansaban de tanto bautizar y su boca le quedaba reseca de tanto anunciar el Evangelio.

Pidamos a este gran santo, patrono de las misiones, que se inflamen también nuestros corazones en el Amor de Dios, y tengamos ansias de comunicar el Evangelio de Jesucristo por todas partes, esparciendo a nuestro alrededor paz, gozo, entusiasmo. Seamos misioneros, como la Virgen, como los santos.

Cristo de la Sonrisa en el castillo de Xavier


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